Descolonizar la mente / Ngugi wa Thiong’o

(2015) [1981]. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial

“La lengua, cualquier lengua, tiene un carácter dual: es simultáneamente un medio de comunicación y un vehículo de la cultura humana. (…) La lengua como herramienta de comunicación tiene tres aspectos o elementos. Está primero lo que Karl Marx llamó una vez «la lengua de la vida real», el elemento básico a toda noción de lenguaje, sus orígenes y su desarrollo: esto es, las relaciones que las personas emprenden unas con otras en el proceso del trabajo, los vínculos que necesariamente establece un pueblo o una comunidad de seres humanos en el acto de producir riqueza o medio de vida como la comida, la ropa o la vivienda. (…) El segundo aspecto de la lengua como comunicación es el habla, que imita el lenguaje de la vida real, el cual es comunicación en la producción. (…) El tercer aspecto son los signos escritos. La palabra escrita imita a la hablada (…)

Pero hay más: la comunicación entre seres humanos es también la base y el proceso de la evolución de la cultura. (…) Hay una acumulación gradual de valores que con el tiempo se convierten en verdades casi obvias, y que gobiernan sus nociones de qué es correcto o incorrecto, bueno o malo, feo o hermoso, valiente o cobarde, generoso o mezquino en sus relaciones internas y externas. Con el tiempo esto se convierte en una forma de vida, que puede distinguirse de otras. Los pueblos desarrollan una cultura y una historia distintivas. La cultura encarna esos valores morales, éticos y estéticos, el conjunto de lentes espirituales a través de las cuales un pueblo llega a verse a sí mismo y su lugar en el universo. Lo valores son la base de la identidad de un pueblo, de su sentido de particularidad como miembros de la raza humana. Todo esto se transmite a través del lenguaje. El lenguaje como cultura es el banco de memoria colectivo de la experiencia de un pueblo en la historia. La cultura es casi indistinguible de la lengua que hace posible su génesis, su crecimiento, su acumulación, su articulación y, por supuesto, su transmisión de una generación a la siguiente.

La lengua como cultura también tiene tres aspectos importantes. La cultura es un producto de la historia que a su vez la refleja. (…) el segundo aspecto de la lengua como cultura es su agencia como formador de imágenes en la mente de un niño. (…) La lengua como cultura, por tanto, media ente mí y mi propio yo; entre mi propio yo y los demás; entre mí y la naturaleza. La lengua está mediatizando nuestro propio ser. Y esto nos lleva al tercer aspecto de la lengua como cultura. La cultura transmite o imparte esas imágenes del mundo y de la realidad a través de la palabra hablada y escrita, esto es, a través de la lengua específica. En otras palabras, la capacidad de hablar, la capacidad de organizar sonidos de tal forma que permita la comprensión mutua entre los seres humanos, es universal. Esta la universalidad del lenguaje, una cualidad específica de los seres humanos. Pero la particularidad de los sonidos, las palabras, el orden de las palabras en los modismos y las frases, y la forma específica o las leyes que regulan este orden es lo que distingue a una lengua de otra. Así que una cultura específica no se transmite a través de la lengua en su universalidad sino en su particularidad como lengua de una comunidad específica con una historia específica. La literatura escrita y la oratura son los medios fundamentales a través de los cuales una lengua particular transmite las imágenes del mundo que contiene la cultura que encarna.

(…) La comunicación crea la cultura: la cultura es un medio de comunicación. La lengua transmite cultura, y esta transmite, particularmente a través de la literatura y la oratura, todo el corpus de valores mediante los cuales llegaos a percibirnos a nosotros mismos y nuestro lugar en el mundo. La forma en que las personas se perciben a sí mismas afecta al modo en el que conciben su cultura, su política y la producción social de riqueza, a todas sus relaciones con la naturaleza y con otros seres humanos. El lenguajes es, por tanto, inseparable de nosotros mismos como comunidad de seres humanos con una forma y un carácter distintivo, una historia específica y una relación específica con el mundo.

V

Entonces ¿qué hizo con nuestros niños la imposición de una lengua extranjera?

(…) El dominio de la lengua de un pueblo por parte de las lenguas de los poderes colonizadores fue crucial para la dominación del universo mental de los colonizados.

(…) la imposición de una lengua extranjera, y la supresión de las lenguas nativas en sus formas orales y escritas, ya estaban rompiendo la armonía que anteriormente existía entre el niño africano y los tres aspectos de la lengua. Puesto que la lengua impuesta en tanto que herramienta de comunicación y era producto y reflejo de la ‘lengua de la vida real’ de otro lugar, nunca sería capaz, ni en la oralidad ni en la escritura, de reflejar o de imitar adecuadamente la vida real de esa comunidad. (…) El aprendizaje, para un niño colonial, se convirtió en una actividad cerebral y no en una experiencia con impacto emocional.

Pero como las lenguas nuevas e impuestas no eran capaces de terminar con las lenguas indígenas en su expresión oral, su área de dominio más efectiva fue el tercer aspecto de la lengua como comunicación, la escritura. La lengua de la educación formal del niño africano era un idioma extranjero. La lengua de su conceptualización era extranjera. El pensamiento, para él, se configuraba en una lengua extranjera. Así que la lengua escrita de la educación de un niño en la escuela (incluso la hablada en el entorno escolar) se divorció de la que hablaba en la familia. A menudo no existía ningún tipo de conexión entre el mundo escrito del niño, que era también el de su escolarización, y el de su entorno inmediato en la familia y en la comunidad. (…) Y esto tuvo como resultado la disociación de la sensibilidad de ese niño con respecto a su entorno social y natural, lo que podríamos llamar ‘la alienación colonial’. Esta se reforzaba con la enseñanza de la historia, la geografía o la música, donde la Europa burguesa estaba siempre en el centro del universo.

(…) ‘Pillarlos pequeños’ era un objetivo todavía más claro en el caso de los niños coloniales. Las imágenes de este mundo y de su lugar en él que se implantan en la mente de un niño son muy difíciles de erradicar más tarde, quizá de hecho sea imposible.

Puesto que la cultura no se limita a reflejar el mundo en imágenes, sino que, de hecho, a través de ellas condiciona de una forma concreta la manera de ver el mundo del niño, al niño colonial le hicieron ver el mundo y su lugar en él tal y como se veía, se definía o se reflejaba en la cultura de la lengua impuesta.

(…) Desde el punto de vista de la alienación, esto es, de verse a sí mismo desde fuera como si uno fuera otro, da igual que la literatura importada transmitiera la gran tradición humanista (…) La ubicación de este gran espejo de la imaginación era necesariamente Europa y su historia y su cultura, y el resto del universo se veía desde ese centro.

(…) El triunfo final de un sistema de dominación llega cuando los dominados empiezan a cantar sus glorias”.

Fuente

Thiong’o, N. w. (2015) [1981]. Descolonizar la mente (pp. 43-55). Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial.

Sobre el autor

“Ngũgĩ wa Thiong’o, currently Distinguished Professor of English and Comparative Literature at the University of California, Irvine, was born in Kenya, in 1938 into a large peasant family. He was educated at Kamandura, Manguu and Kinyogori primary schools; Alliance High School, all in Kenya; Makerere University College (then a campus of London University), Kampala, Uganda; and the University of Leeds, Britain” (Thiong’o).

Más información en la web oficial de Ngugi wa Thiong’o.

Otras rutas

Mignolo, W. (2007). La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial. Barcelona: Gedisa.

Nussbaum, M. C. (2012). Las mujeres y el desarrollo humano. El enfoque de las capacidades. Barcelona: Herder.

Thiong’o, N. w. (2017). Desplazar el centro: la lucha por las libertades culturales. Barcelona: Rayo Verde Editorial.