Ser danzarín de la virgen del Carmen es gratificante en muchísimas formas. Todo el esfuerzo, las ganas, la fe y la esperanza se mezclan y resultan en nada más que alegría. Para un mes antes de las fiestas ya estás emocionado. Una semana antes el tiempo pasa tan lento que quisieras quedarte dormido y despertar ya en Paucartambo. Todos los arreglos de última hora, el alistar el traje, el revisar diez veces que no se te olvida nada, es un trajín lleno de adrenalina.
El viaje a Paucartambo es tan pleno, tan sereno, y una vez volteas la última curva de la montaña y divisas a tus pies el pueblo iluminado por sus faros anaranjados es algo inefable. Te acuerdas de repente de toda la tradición, todo el baile, todo el sacrificio y toda la fiesta que te espera. Encontrarte con amigos, compañeros, familiares y todo aquel que se ganó un lugar en tu corazón.
El primer día pasa lento mientras se prepara lo último para la entrada de las danzas y finalmente, después de todo un año, vuelves a vestir el personaje que representas para la virgen. Mediante el Danzaq se representa el baile, la alegría, la vida y la fertilidad.
Al entrar en el traje te transformas. Dejas de pertenecerte a ti mismo y perteneces a la virgen y a sus tradiciones. Ves a la gente al rededor mirarte con asombro, con misterio, con alegría y con deseo, como a piezas de arte vivo y que pues, eso mismo somos, representantes de personajes mediante arte y mediante fe.
Los días de las fiestas se van volando. Cada parte del programa pasa en un abrir y cerrar de ojos y finalmente después de tanto compartir con todo el mundo que se concentró en Paucartambo, viene la despedida.
Watayuyarichikuy y kacharpari son las partes más nostálgicas de la fiesta. Es la parte de decir adiós y hasta el año entrante. Hay una mezcla de tristeza y alegría que te embriaga el corazón. Un abrazo con tus compañeros de danza te quiebra hasta el alma de manera indescriptible. Es ese momento donde todos recuerdan que son uno mismo y que tienen un propósito en común: adorar a la virgen y rogar por su protección, pues ella da de manera maravillosa y misteriosa…
Silvio Vilchez Sovero