El pasado domingo 25 de noviembre se celebró el día internacional de la violencia de género. En primer lugar me veo en el deber de definir lo que es la violencia de género, ya que, en nuestro día a día vemos que hay grandes confusiones: “la violencia de género es toda aquella que se ejerce contra la mujer por el hecho de ser mujer”.
En nuestra vida cotidiana, cuando aparecen noticias de “muerte por violencia machista”, estamos acostumbrados/as a oír comentarios como:“algo habrán hecho”, “la mayoría de mujeres son extranjeras”, “suelen ser personas que están en exclusión social”, etc. Pero,¿qué pasa?,¿esas mujeres son las culpables de su asesinato?,¿por tener distintas condiciones sus vidas no valen lo mismo? Esas mujeres son madres, hermanas, hijas, amigas, son personas a las que han arrebatado la vida como consecuencia del ejercicio de poder de un hombre.
También he de decir que la violencia de género no es solo un asesinato, son violaciones, amenazas, piropos callejeros, comentarios y críticas sobre la forma de vestir y de actuar de las mujeres, en definitiva, es una represión y un acoso hacia las mujeres, pero parece que, si no se las mata, no es tan importante.
El pasado 25 de noviembre, a la una de la tarde, Palencia se llenó de mensajes en contra de esta situación, se hizo una estación con zapatos rojos, un zapato por cada asesinato en este año, se llegó a la escalofriante cifra de casi 90 asesinatos.
Mi preocupación es cómo se puede permitir que, en pleno siglo XXI, se alcancen estas cifras, que por parte del estado no se hagan intervenciones reales de sensibilización y que las penas para estos hombres no sean suficientemente duras–si hay asesinato de por medio, en caso de una violación, apenas tienen unos años de condena, como fue el caso de “La Manada”–.
Por otro lado, se culpabiliza a la víctima, como en el reciente caso de una violación de una menor en Irlanda, cuyo culpable fue absuelto porque ella llevaba ropa interior de encaje –es su culpa por ir provocando–; ahora, esa chica está rota por dentro, la han agredido físicamente y emocionalmente. ¿Hasta qué punto tenemos que llegar para hacernos oír y hacer entender que nuestro cuerpo y nuestra vida es nuestra y hacemos con ella lo que queremos?
Por suerte, actualmente, hay muchas movilizaciones en contra del patriarcado, muchos grupos feministas que luchan a capa y espada para acabar con esta cultura de desigualdad entre hombres y mujeres. Cada vez hay más concienciación en la sociedad, pero se está generando un nuevo problema: como ya no son políticamente correctas las actuaciones machistas, cada vez son más sutiles en imperceptibles, pero igual de dañinas.
En otros países, la violencia de género es más brutal y se escuda en la tradición, por ejemplo, el planchado de pechos, la ablación de clítoris, los matrimonios concertados, la dilapidación, acciones brutales que son tradiciones de diferentes culturas, pero que matan y deshumanizan a las mujeres por el hecho de haber nacido mujer.
Mi consuelo y esperanza es que hay muchas personas comprometidas con esta lucha y que, poco a poco, se van consiguiendo pequeñas cosas que hacen que el mundo sea un lugar un poquito más seguro para las mujeres. Queda mucho trabajo por hacer, pero hay gente que tenemos ganas e ilusión, y eso acabara cambiando el mundo.