En una entrevista realizada en mayo de 2017, la actriz y modelo Paula Echevarría afirmaba: «Yo me defino como persona. Yo creo que no hay que ser feminista ni machista, yo creo que los extremos nunca son buenos ni para un lado ni para el otro». Daba así lugar a una gran polémica, sobre todo en las redes sociales; no en vano cuenta con 2.400.000 seguidores en Instagram, siendo una de las mayores influencers españolas. La polémica, no obstante, estuvo muy lejos de hacerle cambiar de opinión, ya que ha continuado reafirmándose en esas ideas, habituales por otro lado entre un importante sector de la población, o al menos eso parece entreverse en las redes.
Si recurrimos al diccionario de la Real Academia Española comprobaremos enseguida que, al menos en sus definiciones, el feminismo solo podría ser entendido como lo contrario al machismo en tanto en cuanto a que busca la igualdad entre hombres y mujeres, pero no en absoluto porque pueda hacer referencia a algo parecido a un movimiento que busque una «actitud de preponderancia de las mujeres respecto a los varones».
De macho1e -ismo.
- m. Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres.
- m. Forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón. En la designación de directivos de la empresa hay un claro machismo.
Del fr. féminisme, y este del lat. femĭna‘mujer’ y el fr. -isme‘-ismo’.
- m. Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.
- m. Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo.
Por supuesto, el diccionario supone un acercamiento muy básico; el feminismo es un movimiento muy complejo y heterogéneo, pero en esta sencilla definición del DRAE ya queda claramente de manifiesto, y así lo recalca también Fundéu, que «la palabra feminismo no es un antónimo de machismo». Pero pese a que las definiciones parecen claras y fáciles de entender, no es infrecuente ver las palabras empleadas en un sentido bien diferente al de su significado. Así, a modo de ejemplo, ante la huelga de mujeres del 8 de marzo, el portavoz de Ciudadanos en Extremadura, Cayetano Polo, respondía a la pregunta de si era feminista contestando «Ni machista ni feminista. Yo creo en la igualdad». La entrevistadora, Rocío Sánchez Rodríguez, le indicaba entonces la definición que da la RAE para «feminismo», en su primera acepción, a lo que él respondería:
«Puede ser que esa sea la definición de la RAE, no lo sabía. ¿El machismo no busca la igualdad y el feminismo sí? A lo mejor es que semánticamente no han encontrado la mejor manera de definir las cosas. Yo ni soy machista ni feminista, creo en la igualdad. Me cuesta mucho pensar que eso sigue siendo un problema, aunque efectivamente hay datos que reflejan determinadas cuestiones».
El desconocimiento lleva al error, pues, pese a su sorpresa, efectivamente el machismo (por definición) no busca la igualdad y el feminismo sí, y no porque semánticamente nadie haya sido capaz de encontrar una manera mejor de definir las cosas, sino porque el significado de machismo y de feminismoya está plenamente asentado en español con un sentido muy claro, que desde luego no es el que él le da.
Atendiendo al significado de estas palabras en nuestro idioma se entiende que esta afirmación, de «ni machismo ni feminismo: igualdad», bastante frecuente por otro lado, lo que hace en realidad es caer en una falacia lógica, la misma en la que caía sin saberlo Paula Echevarría, la llamada falacia del punto medio (también llamada de la equidistancia, de la moderación o del compromiso), basada no en argumentos, sino en premisas subjetivas y que pueden ser erróneas, en este caso al utilizar la palabra «feminismo» con un significado diferente al que, por definición, tiene en español (ya sea entendiéndose como «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre», o como el «movimiento que lucha por la realización en todos los órdenes» de este principio de igualdad).
Viñeta de Kasia Babis extraída de Famous Moments in History, Reimagined By Centrists, que sirve para ilustrar la falacia del punto medio. Izquierda «Queremos matar gente negra», derecha «Queremos derechos civiles», centro «¿Compromiso?».
Existe quien, identificándose feminista, cuestiona la validez del diccionario de la Real Academia Española, por considerarla una institución patriarcal, y no aceptando que el objetivo del feminismo sea conseguir la igualdad, o que sea un movimiento que incluya a los hombres, pero no se plantea en ningún momento una defensa de la misandria, la androfobia o de ningún tipo de ginecocracia. En español la forma de llamar a la lucha por la igualdad de derechos de la mujer y el hombre se denomina «feminismo», y no de otra manera.
Una vez entendido esto, puede entrarse ya a debatir acerca de las diferentes teorías feministas, teniendo claro que el objetivo de los feminismos, sea cual sea su vertiente, es la equidad entre los sexos y no la imposición de uno sobre otro. No está demás quizás recordar aquí que la palabra «igualitarismo» sí está recogida en el DRAE, pero no en relación a la igualdad entre los sexos, sino refiriéndose a la «tendencia política que propugna la desaparición o atenuación de las diferencias sociales», una doctrina también con sus complejidades y un tanto alejada del tema que nos ocupa.
Descartado pues «feminismo» como el par lingüístico de «machismo» cabría preguntarnos acerca de qué palabra podría emplearse en este sentido. Aunque no esté recogida por el DRAE, es habitual ver el uso de «hembrismo» con ese significado. Se trata de una palabra que ha sido criticada por ciertos colectivos por hacer alusión a una realidad que no existe (ya que no hay una estructura históricamente asentada en la defensa de la superioridad de la mujer sobre el varón), pero puede decirse al menos que está correctamente formada desde el punto de vista lingüístico, sirviendo, como se apunta en Fundéu, para aludir a la «actitud particular de algunas personas que abogan por la prevalencia de las mujeres sobre los hombres», llenado así ese hueco semántico. Hemos de tener en cuenta que el que algo exista o no es independiente a que pueda ser imaginado o nombrado. Que hablemos de unicornios no quiere decir que existan, pero que no existan no quiere decir que no podamos hablar de ellos (igual que podemos hablar de sociedades matriarcales míticas como la de las amazonas, independientemente de que no hayan tenido una existencia física).
Podemos pues concluir que para hacer alusión al antónimo de «machista» es incorrecto utilizar la palabra «feminista», siendo posible para ello, con todas las matizaciones que queramos hacer al respecto, recurrir a la voz «hembrista». Desde luego mejor que emplear construcciones aberrantes como «feminazi», término peyorativo muy extendido en las redes y que fue acuñado desde movimientos conservadores estadounidenses que equiparaban la reivindicación del derecho al aborto con el genocidio organizado del Tercer Reich (pese a que, paradójicamente, Hitler se opuso férreamente al movimiento feminista alemán, cerró clínicas de planificación familiar y declaró que el aborto era un crimen contra el estado).
En líneas generales puede afirmarse entonces que el feminismo es este «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre» (siendo necesario, claro está, debatir sobre las diversas formas de alcanzar ese principio y lo que significa esa igualdad). Pero, si aceptamos también que feminista es la persona partidaria del feminismo, cabría preguntarse por qué parece estar ganando fuerza la idea de que un varón no puede ser o considerarse propiamente feminista, sino aliado (como calco del inglés ally), llegándose a afirmar que el mensaje del hombre se escucha más fuerte al guardar silencio, una idea que paradójicamente puede llegar a recordar en cierto modo a una visión invertida de la primera carta de Pablo a los Corinitos donde se dice:
Como en todas las reuniones de los fieles, las mujeres callen en las asambleas, pues no les está permitido hablar, sino que se muestren sumisas, como manda la ley. Si quieren aprender algo, que lo pregunten a sus propios maridos en casa; pues no está bien visto que una mujer hable en una asamblea (1 Cor 14, 33-35).
El silencio ha sido siempre una importante herramienta de dominación utilizada por el patriarcado. Podemos recordar por ejemplo esa idea acerca de que «el silencio es un adorno en las mujeres» (Sófocles, Ayax 293), o de que el mejor elogio para una mujer es que no se hable de ellas (Tucídides II, 45). Frente al silencio, el diálogo puede convertirse en un instrumento para caminar hacia la deseada equidad.
Al igual que no es banal el poder utilizar la palabra feminismo para referirnos al movimiento que lucha por la realización de la igualdad, tampoco lo es que los varones puedan o no identificarse como feministas, porque el léxico sí tiene relevancia. Frente a cómo pueda llegar a plantearse en ocasiones la cuestión, no hay una postura unánime dentro del feminismo sobre el empleo de «feminista» o de «aliado» para referirse a los varones que participan en él. Quizás por ello convenga recordar el origen de la palabra «feminismo».
La palabra fue empleada por primera vez en una tesis doctoral sobre diagnóstico y tratamiento de la tuberculosis Del feminismo y del infantilismo en los tuberculosos (Du féminisme et de l’infantilisme chez les tuberculeux) (1871), de Ferdinand-Valère Faneau de La Cour, que utilizaba el neologismo para describir el debilitamiento o «feminización» que sufrían los varones aquejados por la tuberculosis (cabello fino, pestañas largas, piel blanca y blanda, barba escasa, genitales pequeños, mamas voluminosas…), una feminización vista como algo patológico. Al año siguiente,Alejandro Dumas hijo utilizaría esa noción médica de feminismo en su panfleto «El hombre-mujer» (L’Homme-femme) (1872) para patologizar de forma irónica a los hombres solidarios de la causa de las «ciudadanas», movimiento de mujeres que luchan por el derecho al voto y la igualdad política. Poco tiempo después las sufragistas se apropiarían de este término, despectivo en su origen, transformándolo en un lugar de identificación y acción política (Hubertine Aucler sería la primera en utilizarlo en este sentido), de modo similar a como ocurriría posteriormente con el término queer («torcido»). Como vemos, en origen el término «feminista» estaba dirigido precisamente a (contra) los varones. Y es que, aunque no siempre aparezcan visibilizados, desde los orígenes del movimiento feminista (antes de que recibiera ese nombre) hubo algunos hombres que realizaron aportaciones estimables a la lucha por la igualdad.
Mientras Karl Marx redactaba El capital (Das Kapital – Kritik der politischen Ökonomie) (que se publicaría en 1867), John Stuart Mill hacía lo propio con La esclavitud de la mujer (The Subjection of Women) (que sería publicado en 1867). De hecho, Stuart Mill sería uno de esos hombres ridiculizados por su apoyo a las mujeres. Habría que preguntarse si los tiempos han cambiado y los varones que apoyan a las mujeres han dejado de ser ridiculizados, o no…
«Un filósofo femenino», caricatura de Leslie M. Ward, «Spy», publicada en Vanity Fair (1873).
Quizás, pese a no formar parte de los colectivos oprimidos, sino de los opresores, podamos considerarse a Marx y a Stuart Mill, un burgués y un varón, como figuras destacadas de los orígenes del movimiento obrero y del movimiento feminista respectivamente. O aliados, como se prefiera.
En todo caso, independientemente del adjetivo que les queramos atribuir, es conveniente que no caigan en el olvido aquellos varones que formaron parte en los orígenes del movimiento por los derechos de las mujeres. Podemos destacar a François Poullain de La Barre (1647-1725), Nicolás de Condorcet (1743-1794), John Stuart Mill (1806-1873), o en España Adolfo González-Posada y Biesca (1860-1944), autor de Feminismo(1899). A ellos, entre otros, está dedicado precisamente un reciente cómic realizado por la Fundación CEPAIM sobre Hombres feministas. Algunos referentes. Porque es importante tener en cuenta estos referentes.
Para finalizar estas líneas podemos extraer un texto con las palabras de las últimas viñetas del cómic, puestas en boca de Justin Trudeau, Primer Ministro de Canadá:
«Soy feminista y creo firmemente que necesitamos educar hijos e hijas feministas y, por cierto, no debería asustarnos la palabra feminista. Hombres y mujeres deberían poder utilizarla para describirse a sí mismos siempre que quieran, sin producir asombro, porque el feminismo nos beneficia a todos».